En España existen numerosos ejemplos de puentes metálicos, habitualmente asociados a la escuela del afamado Eiffel. Desconozco si eso se cumple para nuestra protagonista de hoy, en caso contrario, no es excusa para dejar de visitar un puente de magnífica factura y que pese al vandalismo y la dejadez, resiste de manera estoica y sin uso al paso del tiempo. Nos encontramos en el kilómetro 20 de la carretera de Valencia o N-III, denominada así en el Plan de Caminos de 1940 y cuya longitud se cifró en 349,648 kilómetros. Es la vía que tantas veces han documentado los compañeros de "En la carretera" y a la cual he dedicado hasta ahora un único reportaje, el relativo a las Cuestas de Contreras.
Fuente: Instituto Geográfico Nacional.
Hoy la calzada de la vieja N-III se encuentra totalmente duplicada, pero no fue hasta el 3 de diciembre de 1998 cuando se hizo realidad, tras la apertura de los 35 kilómetros entre Atalaya del Cañavate y Motilla del Palancar (ambas en Cuenca) y los 9 que atraviesan el embalse de Contreras. La elección del trazado y su afección al área de las Hoces del Cabriel supuso polémica política y varios retrasos hasta la ejecución y apertura de la obra. Son numerosos los tramos de N-III que aún perduran y que a día de hoy se pueden recorrer con total tranquilidad, como el largo e interesante tramo de carretera nacional entre Honrubia (CU) y Requena (V). También hay otra serie de puntos muy conocidos por los aficionados al mundo carretero, como las famosas "emes" de Belinchón, que mantienen de forma admirable su adoquinado y cuya titularidad ha sido recientemente transferida al ayuntamiento de la localidad; los trazados abandonados y temporalmente sumergidos por el embalse de Alarcón, o antiguas instalaciones de carretera como el monolítico Hotel Claridge, desgraciadamente cada vez más vandalizado.
Nuestro principal protagonista, el puente metálico que dio servicio desde 1910 hasta 1964 al ser sustituido por una nueva estructura de hormigón y mayor ancho, se encuentra hoy abandonado y sin ningún tipo de uso, por mucho que en su lado sur se haya instalado una placa explicativa aparentando un fin divulgativo. Este año se ha anunciado la futura restauración del cercano puente de Poveda, de uso ferroviario, ojalá el puente "carretero" se vea algún día agraciado con algo parecido. La actual A-3 o Autovía del Este discurre por las inmediaciones, totalmente ajena a la existencia de su metálico antepasado. El cercano paso peatonal sobre la misma hace un curioso guiño al diseño del viejo puente.
Como ocurre en muchos otros lugares repartidos a lo largo y ancho de nuestra geografía, ha sido profusamente pintarrajeado, mostrando el mismo nulo respeto hacia esta histórica infraestructura que cuando se hace sobre una propiedad particular. Algo similar ocurre con los estribos y hasta con las barreras New Jersey instaladas para evitar el acceso de vehículos al puente. La administración propietaria de esta infraestructura bien podía mostrar un poco más de interés por su conservación, aunque he de reconocer lo complicado de mantener este tipo de cosas en buen estado frente a los amigos del spray. Estamos en marzo de 2018. Jose Luis, gestor de Despoblados y Abandonados nos hace de anfitrión y guía en el lugar.
El puente de hierro no fue el primero que se levantó en este lugar para cruzar el cauce del Jarama. Previos a su llegada existieron pasos de barca, puentes de madera y puentes colgantes que acumularon varios colapsos.
La estructura es una obra de "arte industrial", que pese al maltrato y al tiempo transcurrido sin mantenimiento permanece incólume. Realmente, no necesita más que una mano de pintura en condiciones, una limpieza de la piedra de pilas y estribos, y una adecuación del entorno para convertirlo en un lugar agradable de visitar. Una pequeña y merecida inversión para una estructura más que centenaria.
La balaustrada del paso peatonal se realizó con esmero y acompaña hoy de manera elegante a los arcos metálicos.
Al otro lado del tablero, un nuevo par de barreras impiden el paso rodado.
Junto a las barreras hay una pequeña placa informativa, prácticamente ilegible por las pintadas. En ella vemos una imagen de una caravana de camiones cruzando el puente.
Bajamos a los estribos, tan vandalizados como todo lo demás.
En este punto el cauce del río Jarama es estrecho, por lo que se puede descender fácilmente a la parte baja del tablero. Las pilas son un reciclaje de las que se construyeron para su antecesor, de tipo colgante y colapsado en 1887.
El puente metálico no es el único atractivo histórico-carretero de este lugar. Hemos visto que la salida sur se encuentra clausurada y cortada por el ramal del enlace con la M-832, por lo que es imposible acceder hasta el extremo sur en coche. No ocurre lo mismo con el acceso norte, al cual llegamos por un pequeño pedazo de antiquísima N-III, que para nuestra alegría mantiene bordillo y adoquinado. Por cierto que, el tablero del puente también dispuso de adoquinado como capa de rodadura, hoy tapado por varios centímetros de asfalto.
Algunas zonas se encuentran cubiertas de una fina capa de riego asfáltico.
La dejadez es patente también en las inmediaciones del puente.
Finalizamos la visita a esta zona y nos dirigimos a otro lugar abandonado de la N-III, sin salir del término municipal de Arganda del Rey. Avanzamos en sentido Valencia y atravesamos el casco urbano de la localidad, tras lo cual nos detendremos hacia el kilómetro 30. Aquí encontraremos otro tramo en desuso desde hace décadas y en peor estado, en el que queda poco más que el trazado sinuoso. En la siguiente fotografía aérea, procedente de los vuelos de 1956-1957, encontramos este característico zigzag, que pocos años antes fue sustituido por una nueva variante de diseño más amable. Tarik Bermejo arroja luz al respecto en este excelente artículo.
Fuente: Instituto Geográfico Nacional.
Haciendo zoom sobre el inicio del tramo a estudiar veremos que la N-III ya no transcurre por allí, incluso parece apreciarse el color del asfalto reciente derivando el tráfico a la nueva variante.
Fuente: Instituto Geográfico Nacional.
La recta de entrada está adoquinada. Hay restos de pintura amarilla, aunque más que proceder de las marcas viales originales, parece deberse a pruebas de pintado.
Al finalizar la parte rectilínea el pavimento da un cambio radical, desaparece el adoquín y aparece lo que hoy sería un camino como tantos otros.
Curvas cerradas y firme machacado, ha pasado mucho tiempo desde que esta vía descendió de categoría.
Queda algo de bordillo en los laterales, aunque en la calzada el trasiego de vehículos agrícolas, la escorrentía de las lluvias y el paso del tiempo han hecho estragos.
Quién diría que esto fue en su momento una carretera radial, hoy tomada por la vegetación y el abandono. Este tipo de tramos, en los que el tiempo se detuvo antes de la llegada de las mejoras de los planes de carreteras de la segunda mitad del siglo XX, es algo que ya hemos visto en numerosas ocasiones y en multitud de lugares. Quizá el caso más llamativo, largo y original es el que visitamos en la N-I en Oquillas (BU).
Seguimos caminando y llegamos a la segunda horquilla.
La actual N-III en la lejanía. Como hemos visto en el artículo de Tarik, originaria de los años 40.
Aún queda por aparecer otro tipo de vestigios carreteros, más bien basura de carretera.
¿Será de la misma época? No creo, los aceites multigrado eran aún proyectos de laboratorio cuando las curvas de este trazado estaban en uso.
En adelante, nuestra vieja carretera radial de Madrid a Valencia se torna algo más suave durante unas decenas de metros y muere bajo la actual N-III, que a su vez desaparece bajo la autovía A-3 en Perales de Tajuña, hacia el kilómetro 41. Si bien siempre se cumple el mismo patrón en la evolución de estas históricas vías de comunicación, por fortuna disponemos de cápsulas del tiempo como este tramo de Arganda del Rey. En lo que a mí se refiere, tengo aún una gran asignatura pendiente con la N-III, con muchos kilómetros por recorrer y explorar.